Este aniversario no es simplemente una fecha en el calendario. Es una historia hecha de trabajo sostenido, resiliencia y confianza. Es el recorrido de cómo Dofleini Software pasó de una mesa improvisada a consolidarse como una empresa tecnológica que hoy opera desde Cuba con vocación global.
En 2014 comenzamos con lo mínimo: una mesa de madera construida a duras penas por un carpintero de La Habana Vieja —si caía agua, el bagazo se deshacía— y una mesa de computadora cuyo “cuarto apoyo” eran libros. Éramos dos: Luisito y yo. Luego llegaron otros compañeros, uno a uno, personas que confiaron en el proyecto cuando no había certezas. Nuestra propuesta inicial era sencilla: talento local, procesos funcionales y precios competitivos. Los primeros contratos llegaron desde España y México, y cada uno representó algo más que ingresos: significó estabilidad para familias que, en muchos casos, empezaban de cero.
Para abrir camino tocamos puertas de amigos, colegas emigrados y contactos indirectos. A veces hicimos pruebas de concepto sin cobrar, solo para demostrar capacidad. Cuando las mesas no alcanzaron, trabajamos en el piso. Emprender en Cuba entonces implicaba conectividad precaria y marcos regulatorios cambiantes. Hubo días con quince personas compartiendo 56 kbps, y otros con cuarenta sosteniéndose con apenas 1 Mbps. Los que trabajábamos en Java compartíamos el .m2
como si fuera un tesoro: dependencias que viajaban en memorias y discos externos. Cuando no había otra alternativa, los lobbies de los hoteles se convirtieron en oficina provisional. De esa precariedad nació un músculo que todavía sostiene buena parte de nuestra cultura: adaptarnos y avanzar incluso en condiciones adversas.
Dofleini no surgió para acumular capital, sino para crear productos de calidad y dar estabilidad a un equipo. Venimos de la universidad, de entornos donde el esfuerzo sustituía los recursos, y aprendimos que la ética no se declama: se ejerce. Para nosotros, significa cumplir a tiempo, cuidar los procesos, hablar con honestidad a los clientes y trabajar como un equipo sólido. No fueron proclamas las que nos hicieron crecer, sino prácticas sostenidas: responsabilidad radical, redes de confianza, austeridad inteligente, calidad antes que precio y cuidado real del talento, lo que explica por qué la mayoría del equipo ha decidido mantenerse en el proyecto a lo largo de los años.
El hito de convertirnos en las primeras empresas privadas en más de 60 años marcó desafíos: el inicio de una etapa empresarial exigente, más responsabilidad legal y fiscal, más exposición pública y, sobre todo, una visión clara de crear valor con estándares internacionales. Ese día no fue solo un trámite notarial; fue el paso de “proyecto de un TCP” a una empresa de verdad, con deberes y derechos en una economía en transformación.
Desde entonces trabajamos para consolidarnos como proveedor de soluciones de software, consultoría e impulsores a la transformación digital, elevando nuestro perfil como referencia del sector y compartiendo aprendizajes sobre exportación de servicios —un camino con avances y trabas que hemos explicado públicamente—. El foco ha sido sistematizar procesos, profesionalizar la relación con clientes y escalar capacidades de producto y servicio para competir fuera de Cuba.
En estos cuatro años, la empresa también ha sostenido un diálogo público sobre el rol de las mipymes: su aporte, sus límites regulatorios y las condiciones macro que necesitan para prosperar (mercados cambiarios funcionales, acceso a divisas, marcos estables, etc.). Declaraciones en entrevistas y foros hemos defendido que sin mipymes el país no estaría mejor, a la vez que hemos señalado cuellos de botella que frenan su desempeño. Ese equilibrio —reconocer el valor del actor privado y exigir condiciones reales para producir— ha sido parte de la identidad pública de Dofleini.
El reconocimiento institucional ha sido visible —incluida la visita del Presidente en mayo de 2025—, lo que refleja que el software es estratégico. Para nosotros, esa visibilidad trae dos exigencias: demostrar resultados medibles y mantener una voz técnica y honesta sobre lo que funciona y lo que no en el entorno de negocios.
Puertas adentro, estos años significaron método y cultura: procesos de calidad, equipos más senior, retención y formación de talento, y una estética/propuesta de marca que comunica tecnología, servicio y confiabilidad. Hacia afuera, significaron confianza del mercado y una cartera amplia de proyectos y experiencias acumuladas, que medios han reseñado como más de una década de trabajo y cientos de proyectos ejecutados. El reto permanente ha sido convertir esa tracción en productos exportables y relaciones de largo plazo.
Finalmente, cuatro años como mipyme nos dejan una convicción: la transformación digital en Cuba necesita empresas capaces de ejecutar a nivel mundial. Dofleini seguirá haciendo lo que mejor sabe: construir software, acompañar a clientes en su modernización y defender con evidencias un marco económico que premie la productividad, la innovación y el trabajo bien hecho. Y lo haremos con la misma mezcla de realismo y ambición que nos trajo hasta aquí.